martes, 24 de agosto de 2010

Nadando en el mar

El mar es inmenso y en él los humanos que nadan son torpes seres fuera de su hábitat. Muchos peligros nos acechan, la mayoría invisibles. Las corrientes y mareas, las olas, los animales y las plantas que bullen bajo la superficie, la hipotermia. Otros por visibles no son menos peligrosos, como los barcos y lanchas rápidas.

Nadar solo en el mar implica una gran templanza. Más que dominar el cuerpo, hay que dominar la mente. Cuando aparecen los temores, fundados o no, hay que mantener la calma, concentrarse en la técnica. Calcular tiempos, distancias, fuerzas. Es semejante a la fuerza de voluntad y el estado de ánimo que llevan a una persona a completar un maratón. Pero en un maratón pasa algo y te paras. Alguien llega a ayudar. En el mar, no.

Estas vacaciones nadé mucho en el mar. Este año las Rías de Galicia estaban muy frías, al parecer porque ha soplado mucho viento norte. Esto hace que el agua esté limpia, no obstante. Así, cada día me enfundaba mi neopreno, mis gafas y mi gorro y me adentraba en el agua, hasta la playa de enfrente, y vuelta. Se me dejaba de ver entre las olas. Algo más de media hora sólo, solo. Lo suficiente para dejar de sentir los pies de frío. Para creer ver medusas y peces por todas partes. Para verme a veces zarandeado por las olas como un muñeco, mareado por el vaivén. Pequeñas brazadas en la inmensidad.

Pero las pequeñas brazadas te acaban trayendo de vuelta. El neopreno también ayuda, otorga una flotabilidad y protección como la capa de Supermán, aunque la primera sensación sea de frío repentino, que pronto desaparece. Los trajes de nadar también deslizan más rápido, uno se siente como una foca. A veces el mar se enfada y te obliga a respirar sólo de un lado, donde no te golpean las olas. Otras, te lleva hacia donde quieren y tienes que esperar a que se le pase el enfado y te deje continuar, mirando continuamente hacia donde vas. Eso sí, en la dirección contraria será indulgente y empujará a tu favor.

Beberás algo de agua salada, que si no fuera por el sabor estaría deliciosa por la temperatura, pero no será desagradable, al menos hasta que no salgas del agua. Y ya en la playa, te tambalearás a la llegada y torpe te quitarás el traje ante las docenas de paseantes que no serán capaces de entender por qué haces eso, adentrarte en el mar y volver.

Y yo tampoco soy capaz de saberlo. Pero tampoco sé por qué me pongo las zapatillas y salgo a correr con casi 40º. Algo que me infunde mucho respeto, también me da un orgullo secreto. Soy capaz de hacerlo. El miedo mata a la mente, y yo lo he dominado.

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