Un año más se aproximaba la primera carrera pedestre de la temporada, los 10k de Laguna de Duero (Valladolid), carrera BBB (buena bonita y gratis), muy conveniente para sacudirse el marasmo post vacacional. El aprendiz de triatleta no se encontraba en su mejor forma de carrera, después de un verano dedicado a los triunfos natatorios y a la bicicleta.
Por tanto, el tri-globero, muy satisfecho con la idea, decidió plantear la carrera como un entrenamiento de transición, con un rodaje previo en bici de 40 kms. Manos a la obra, los engranajes de la organización se movieron una vez más para conseguir un amigo que recogiera el dorsal, una semicítrico que proporcionase las zapas y vigilase la bici y una familia como público abnegado dispuesta a aplaudir cualquier actuación del nivel que fuera. Sin incluir el mono de tri, gel, portadorsal, y demás impedimenta triatlética.
Así, el aprendiz de brujo se lanzó a la carretera muy decidido a superar el exigente entrenamiento del día. Pedaleo rápido, cadencia, cadencia, cadencia. Alguno más de los kilómetros previstos, al habitual y al mismo tiempo cansino 30 por hora de media (¿llegaré a superar este ritmo algún día?), y con buenas sensaciones, entrada en el pueblo...
... para ver cómo una larga fila de corredores de todos los tipos, ritmos y colores recorrían ya el circuito que tantos honores debía proporcionarme: había equivocado la hora de salida en 30 minutos. Mi pequeño público privado, decepcionado y con caras tristes. Yo, con cara de membrillo, viéndolo sin creerlo. Mi amigo corriendo más de 5 kms con un dorsal doblado en el bolsillo.
Más tarde, sacudiéndome la estupefacción y el sinsabor, pude rodar media hora fuerte, algo más de 7 kms, para no dejar en el tintero los planes del día. Estas situaciones empiezan a ser una costumbre. La maldición del pulpo..¿?
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