lunes, 22 de junio de 2009

Insignificancia

Salí el domingo a primera hora de la Hacienda, cuando aún no se percibían los ruidos de los huéspedes remoloneando y acicalándose para el desayuno. Una mañana fresca para despejar el cuerpo del sofoco nocturno, con una brisa propinando alegre los buenos días. Por un camino flanqueado por vides altas, subí y bajé entre las colinas, ante la indiferencia de una familia de ovejas vestidas de casual, ya que acaban de esquilarlas y están todas un poco ridículas peladas, y lo saben. Varias cuestas de las de 5 minutos el kilómetro, y ya estoy al borde del muro de la presa de Almendra.

 

La vista es impresionante. Es el embalse más grande de España (hasta 197 metros de altura) y el tercero con mayor capacidad, lo que se aprecia claramente porque este año es el mejor de la última década y es como un mar en el que casi se pierde la vista. Aquí arriba el viento es mucho más fuerte por la cercanía con la masa de agua y la altura, y provoca olas en el pantano que chocan contra la negra pared muchos metros abajo. Encaro el camino sobre el muro, con un ancho sobre el que podría transitar un vehículo, y por primera vez en el recorrido disfruto de un tramo horizontal de más de un kilómetro y medio, por lo que puedo apretar el ritmo.

 

Y aquí siento mi insignificancia, porque el viento sopla más fuerte y hace a mi ropa tremolar con fuerza contra mi cuerpo, y a mí mirar de reojo a un lado y a otro con aprensión: no hay ninguna protección que me separe del vacío, por un lado una caída de unos 70 metros me llevaría a las olas que me esperan como cocodrilos voraces, y por otro contra las rocas amenazantes que conforman la base de la presa.

 

Una rapaz descansando al borde se lanza al vacío con un planeo majestuoso, pero yo no puedo permitírmelo. Por la cabeza fantaseo con inverosímiles rachas de viento que me arrojan por el aire, o quizás un repentino tsunami, o un enajenamiento transitorio que me lleve a ver sirenas, y me hago más y más pequeñito mientras el muro se estrecha, pero sólo en mi cabeza. Saboreo la adrenalina que provoca el vértigo al intenta tomar el control, mientras mi mente repele el ataque bajando mi centro de gravedad a los tobillos, hasta que de repente, ya estoy de casi de vuelta en la orilla, y envalentonado avanzo por la loseta que flanquea el borde del camino. Al regreso, 10 kilómetros en 46 minutos, a por el desayuno bien merecido y mejor dispuesto. Nadie sabrá de la batalla que ha librado en la mañana este urbanita contra la Naturaleza. Corriendo en Los Arribes.

 

http://www.rusticae.es/hotels/espana/zamora/hacienda_unamuno

 

 

2 comentarios:

  1. Bueno, bueno ya vas volviendo a ser tú , dentro de poco te veo lanzado a por nuevos retos pero ya sabes poco a poco y sin exigencias.

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  2. A FINAL DE MAYO ESTUVE EN MORALINA Y REALMENTE EL SITIO ESTA BIEN. TAMBIÉN SALÍ A CORRER Y GRACIAS A UNOS PERROS QUE ME SALIERON EN MITAD DE LA NADA HICE RECORD DEL MUNDO EN EL TRAYECTO MIRANDA DE DOURO-MORALINA.

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