Muere la noche del domingo y llega el amanecer, y me enfundo mis tirantes blancos para disfrutar de una zambullida en el frescor matutino que me arranque el sofocante calor nocturno. Este fin de semana estoy en Valladolid, donde siempre hay varios grados menos que en Madrid, y es más notable el contraste, y me dispongo a hacer la ruta junto al canal del Duero, que suele estar vacío a estas horas salvo algún ciclista o andarín sueltos.
Pero esta vez, en el puente de la ermita del Villar, casi en sagrado, los veo, bullendo y pululando un par de docenas de vampiros, rostros blancos ataviados de negro con simbología bacaladera y una cacofonía de coches abiertos escupiendo distintos chundachundas. Fuman y beben, el desayuno de los campeones, y algunos intentan contonearse en un remedo de baile tribal. Es irreal la visión, en los colores de la mañana son un tachón de seres en blanco y negro, que surgidos de otra vida distorsionan la paz del canal.
A mí me importa un bledo lo que hagan, pero tal como imagino que pasaría, su autopercepción les obliga a concentrarse más en la imagen que dan como grupo que a refocilarse en su diversión, por lo que al pasar allanan mi esfera de privacidad y escucho alguna chanza que califico como poco respetuosa y gratuita, porque ni siquiera les he mirado directamente. Estoy de mal humor porque no he dormido ni mucho ni bien y encima me he tirado de la cama para correr, y como soy un ángel blanco en un campo de abúlicos viciosos, les obsequio con el saludo madrileño mientras prosigo mi rodaje, un progresivo con una media final en torno a 4’30 en 11 kilómetros.
A mi regreso, sólo queda la “élite” sentada en la tapa de un desagüe liando canutos con estúpida sonrisa, imagino que el resto ha regresado a sus guaridas paternas. No, no me dejan en paz… una jovenzuela con los ojos abiertos como platos se incorpora a duras penas y tambaleándose se me aproxima, yo que voy a 4’10 “¡tíiiioooo es mi cumpllllleanios…!”, -“felicidades”, contesto ahorrando aliento, elucubrando apenado sobre la esperanza de vida de este espécimen y lo que imaginarán sus padres que hace por la noche, -“¡¡es el que ha sacado antes el dedo!!”- avisa el espabilao de la bandada de murciélagos, no sé con qué fin. Sopeso la posibilidad física de hacer un calvo en carrera, pero ya voy chutado de endorfinas y cansado para provocar lo mínimo, y aprieto para perderles de vista… joder que tropa.
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