Sin mucha ambición he retomado mis entrenamientos coincidiendo con esta semana de frío y mal tiempo, pero al menos disfrutando con las endorfinas corriendo de nuevo por mis venas. Un par de rodajes a ritmos tranquilos, para acostumbrar de nuevo las piernas a los kilómetros y al impacto de muchas zancadas con la ayuda del entusiasmo de un grupo de corredores recién abducidos, buena compañía para salidas con charla y ritmos adecuados para volver a empezar.
El domingo pasado, con unos disuasorios cuatro bajo cero, en lugar de colgar la bici traicioné a mis principios y bajé a la estática con un par de revistas, sin nada previsto. Una resistencia floja, y a meter cadencia entre 90 y 100 pedaladas hasta dar la vuelta a los 99 minutos del marcador. Después de mas de un mes sin coger la flaca, no me apetece hacerlo sin un mínimo de preparación.
Y lo más agradecido de todo, nadar. No sé si por haber sido la actividad que he mantenido casi regularmente o por requerir tanta técnica, he sentido de nuevo la agradable sensación de deslizarme por el agua durante largo rato, sin el cansancio que me acompaña corriendo. He leído que al cabo de tres semanas sin entrenar el nivel de VO2 máximo se reduce en más de un 10%, y debe ser eso lo que noto.
También me he despedido de mi nuevo amigo el ganglión, también apelado con el poético nombre Quiste de Baker, que ha desaparecido tan discreto como vino, eso que el radiólogo lo midió y tenía 26 mms de diámetro, menudo el alien que pillé en la carrera Proniño. Ya sólo falta que el mes que viene el traumatólogo me diga que mi menisco está bien y seré un hombre feliz.
Poco a poco, y lo mejor, with gusto.
Ya estás cerca del final
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