jueves, 7 de mayo de 2009

Mapoma 2009: Too Fast, too Furious

Sin ser de coches como su homónima, la película del domingo 26 de abril puede resumirse en esa frase.

Después de una turbia noche de mal dormir, amaneció por fin el domingo, muy nublado pero una bendición para corres después de los días veraniegos que veníamos “disfrutando”. Emergiendo del cercanías en Recoletos, me recibe un repentino bullicio de miles de corredores calentando, cambiándose de ropa, bebiendo pócimas variadas y untándose bálsamos de fierabrás por su cuerpo. Hago lo propio y me encamino a las primeras filas de los dorsales sin espacio reservado, estoy nervioso para esperar y tengo frío con la manga corta. Acompaña la espera con lo típico en el amasijo, lluvia de camisetas y de comentarios ingeniosos, tufo de ganado agrupado y empujones de la gente que se va acoplando. Después de una pasada baja de un avión de paracas (indicativo de que se despiden por el mal tiempo sin saltar), empieza a lloviznar, fino pero frío.

Tiro de salida según llueve más fuerte, y Castellana para arriba que vamos. Ya sin nervios, solamente siento una honda sensación de respeto y emoción ante lo que hay por delante. Ya no noto la lluvia, pese a que llegará a ser intensa en algún momento y acompañará hasta pasado el diez mil. A correr. Mi planificación se va cumpliendo: los primeros 6, cuesta arriba, clavados al 4:15 previsto. El 10, en casi 42 minutos. La media maratón, en algo menos de 1:28. Todo va sobre programa. En el 26 aún voy dos segundos menos del 4:11 esperado.

Sin embargo, hay algo que no me está gustando. Desde casi el comienzo, no estoy tranquilo ni cómodo. Los globos de 3 horas, que no pierdo del rabillo del ojo, están tirando muy fuerte, durante bastantes minutos vamos a más de 15 km/h. Estoy un poco desconcertado, no sé si dejarlos ir o apretar. Finalmente, me uno a un grupo a la zaga donde un tipo vocea: “- ¡¡Estos qué hacen, nos van a reventar!!”. Yo pienso igual, a ese paso van a hacer la primera media como poco en dos minutos menos de lo que yo tenía pensado. Les acompaño media docena de kilómetros hasta que bajan el ritmo, y después sigo solo. Al pasar por Sol donde me espera mi correligionario Vicente para acompañarme algún kilómetro (en torno al 19, una sorpresa agradable porque habíamos quedado en el 32), le comento escueto “- No voy bien”. Lo cierto es que no me estoy enterando ni por donde pasamos, ni de la gente ni de los grupos de animación, nada. Para detrimento de esta crónica, conservo pocas imágenes y la mayoría oscuras.

Retomo la historia en el kilómetro 26, por la Casa de Campo. Un poco antes, en la avenida de Valladolid, he estado a 500 metros del globo de 3 horas, que como era normal ha bajado el ritmo (si no se iban a 2:50) pero no he podido capturarlo. Poco a poco, entre los pinares, empiezo a sentir cómo se me escapa el gas. Extrañado, porque no lo esperaba tan pronto. Mosqueado porque esa distancia coincide con el volumen de mi mayor tirada larga. Sobresaltado porque me doy cuenta que he podido ir demasiado rápido intentando seguir al globo. Cabreado por el capullo que cruza el pinar y salta delante de mí para atajar. Derrotado porque quedan 16 más y me doy cuenta que no voy a conseguir mi objetivo, y aún no sé en qué medida.

Vicente reaparece en el 32, aún cabe alguna posibilidad, pero las cuestas son demoledoras. Se aplica, me propina continuas “palabras de ánimo”, me jalea, da recomendaciones, toma el ritmo... pero ya soy un cadáver, o eso pensarán los 67 tíos que me adelantan de ahí al final. Tomo el segundo gel buscando cafeína, ni fu ni fa. Y del 35 al 40 reviento, me voy por encima de 5’/km y pierdo los minutos que necesitaba... media de los últimos 16 kms, 4’40, ojalá que llueva café en el campo. Jadeo, trastabilleo, me puteo, me desespero, me doy por vencido pero no puedo dejar de correr y de sufrir. Incluso aprieto en el último kilómetro del paseo de coches, metemos un par de cambios, miro con estupor el tiempo, 3:04, no pensé que me fuera tanto, por tercera ocasión entro en meta sin sentir el éxtasis del que hablan algunos maratonianos, ni alivio ni satisfacción, y aún siendo mi mejor marca en maratón, con un sabor a fracaso en la boca.


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