Ultimamente no estoy dedicando mucho espacio de mi agenda de entrenamiento triatlética a correr, lo que me hace temer que si antes no era malo en un deporte, ahora soy regular en uno y malo en dos.
En piscina sigo mejorando, he bajado mi marca en 500 metros de 12 a 10 minutos en una par de meses, pero me sigue resultando frustrante compartir una calle y que te doblen, y te doblen, y te doblen… menudo boyero. La semana que viene empiezo dos días de clases por semana, y mi primer objetivo es aprender toda la técnica que sea posible: que si meto el dedo así mientras tuerzo el codo asá y aprieto de aquí y la abuela fuma allá. Seguro que para nadar tan rápido hay un movimiento secreto que nadie me ha contado y tengo que averiguar. Algo así como formar parte de una secta iniciática.
Ni que decir tiene que habiendo nacido al ciclismo hace poco tengo muuuucho que mejorar. Pero desde el lunes estoy un poco desasosegado con la bicicleta. Me enteré por un blog de la muerte de un ciclista en el anillo verde el pasado fin de semana, y leyendo sobre la alta tasa de siniestralidad de este deporte estoy sobrecogido, y no dejo de pensar en la delgada línea roja que divide la vida de la muerte. Además, estar leyendo Las Puertas de Fuego (Steven Pressfield) en las que los espartanos se hacen un sitio eterno en la historia despreciando a la muerte no ayuda… ¿acaso los atletas o triatletas o n-atletas no estamos emparentados en el tiempo con los griegos clásicos, al compartir desde hace siglos la agonía del esfuerzo?
Pero esta semana el entrenamiento a pie trajo algo bueno. Sigo dando vueltas cavilando donde meter una tercera sesión de carrera y hasta que lo consiga, los martes y los jueves los trabajo fuerte, habiendo descartado los rodajes por encima de 4:30. Y en esa tesitura me encontraba el martes, trotando a 4:20/km mientras dejaba vagar la mente por los bonitos colores del otoño que empiezan a amarillear con intensidad a lo largo de mi recorrido de tres mil metros, un tanto sorprendido por el número de corredores que estaba encontrando.
Una cara conocida, y familiar, ya que de repente me topo con mi cuñado y otro triatleta, deteniéndose con las zancadas características de terminar una buena trotada. “¿Qué hacéis?“ “Un 4 mil a 3:45. Venga, vamos a hacer otro”. Ufff, y yo que rodaba tranquilo, sin haber enchufado siquiera el Garmin… No lo pienses más, y a ello. Les aguanto un tres mil, y el último kilómetro voy cediendo metros hasta que se me van, cuento 16 segundos desde que se detienen. “¿Cuánto habéis hecho?” “3:40” (como siempre, la mentira del corredor, o el colchoncillo por si no llegamos al tiempo esperado). En todo caso, para mí, 3:45.
Ambos trabajan cerca del parque y este jueves he quedado para unas series de 400. Casi se me saltan las lágrimas, ¿habemus grupo?
Así empiezan los grupos... casi sin darte cuenta.
ResponderEliminarDale, dale.
Slds