miércoles, 2 de junio de 2010

Nadando en el Cantábrico

La playa está tranquila, como el mar, sin muchas olas. El agua a 15º no hace que mucha gente se aleje más de unos metros de la orilla. Las familias contemplan el mar, saboreando el calor del sol.

El marciano emerge de la arena, embutido en un traje de goma ajustadísimo que presiona todo su cuerpo y gafas de nadar. Ignorando las miradas curiosas, me introduzco en el agua fría, pero no lo noto porque estoy separado del exterior por una fina película de agua calentada por mi cuerpo. Solamente los pies están muy fríos, casi insensibles.

Poco a poco, al adentrarme en el agua, el fondo se aleja, si bien la luminosidad permite ver que hay unos diez metros para abajo. Llega un momento que no se ve nada. Las olas, tranquilas, no alteran mi horizontalidad, pero sí el rumbo, de vez en cuando miro hacia adelante para orientarme hacia las boyas que delimitan la zona segura del mar abierto. Giro hacia el faro, en paralelo a la playa, y tengo que cambiar de dirección varias veces.

Nado tranquilo, porque noto una gran flotabilidad por el traje y nada de frío. Salvo que una fuerte corriente me arrastrase mar adentro, no percibo ningún posible peligro. Mis piernas que en la piscina pesan como un plomo, con el traje de neopreno se mantienen a ras de agua. El esfuerzo es mínimo, solamente me desgasta la tensión de encontrarme en el mar, bastante lejos de la orilla. A veces una ola me levanta y noto un pequeño mareo, y la boca no deja de saberme a agua.

Ya llego a la orilla, calculo el momento de ponerme de pie para no quedarme varado en la arena y dar el espectáculo a todas las miradas curiosas que me observan.

Una buena zambullida en el mar, sin agobios con el traje sino todo lo contrario. Prueba superada, primera experiencia con neopreno en mar abierto. Sigue acercándose el día 12, mi primer tri...

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