Con el runrún de la nieve cayendo, llevaba todo el día pensando en salir a correr, y finalmente, al atardecer, me enfundé mi equipo más grueso (cortavientos, mallas largas y camiseta de esquí) y me lancé a recorrer el JC1 rodeado por una infinidad de copos de nieve que destacaban aún más por las luces de las farolas que empezaban a encenderse. No ha hecho falta tanta ropa, al cabo de un par de kilómetros ya sentía los dedos de los pies y la nieve no moja tanto como la lluvia.
Una luz fantasmagórica por el reflejo en la nieve iluminaba el parque rebosante de gente feliz dispersa por todas partes, haciendo muñecos, tirándose bolas, incluso deslizándose por las laderas con trineos, esquíes y tablas de snow, todos como niños. Una catarsis postnavideña en medio de la crisis. Y yo, pletórico, intuyendo los caminos que he pisado una y otra vez arrancando cada zancada de un palmo de nieve que cubría el suelo. Visitando cada uno de mis lugares favoritos para poder grabar su recuerdo cubierto de blanco: junto al lago, el juego de pelota, la pirámide, las sendas de siempre apenas distinguibles con su disfraz... más de 11 kilómetros de rodaje apenas pisando unos metros de asfalto despejado, el resto todo un colchón blando que desprendía un sonido acorchado al pisarlo.
Sorprendentemente, no me he cruzado con ningún corredor, supongo que no seré el único que haya pensado en disfrutar de un terreno propio de una zona montañosa en el parque de todos los días..., mala suerte. Hoy me toca a mí ser el Juancarlos del Juan Carlos, aunque solamente sea por un rato. ¡Larga vida al nuevo rey!
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