Me ha encantado esta mañana: al salir de casa en una unusual oscuridad, me he dado cuenta que el suelo estaba completamente blanco, y que la luz no pasaba por la tupida nevada que caía. Estupendo. Otro día más para comprobar que la bici de montaña es un estupendo transporte urbano.
De camino al metro, los peatones pegan resbalones en la acera, mientras mis ruedas se clavan con un agradable sonido que desvirga la capa de nieve cuajada. Un currela me grita: "¡me has sorprendido!¡eres un machote!". No lo dudes, pero por poco te sorprendes, voy a llegar más seco que caminando y más seguro que en coche. Llego a un semáforo y mientras espero, pin, pan, pun, colisión en cadena de tres o cuatro, bien pegaditos por si acaso se perdían.
Por fin aparco la bici, que ahí se queda para cubrirse de blanco (como dijo el filósofo, que no hubiera nacido bicicleta ;) Me sacudo toda la nieve de la gabardina, que es mucha, y hala, a esquivar la marea amorfa que sale de la estación en tropel todos los días. ¿Por qué no respetan nunca las puertas para entrar? Pero a mí plín, yo voy ya sonriendo de oreja a oreja y relumbro entre el gris.
No hay comentarios:
Publicar un comentario