He recibido un correo de uno de los compañeros de fatigas de todos los días sobre su experiencia el viernes. Espero que también os guste, es de los buenos (digo Jorge; lo que escribe también). ¡¡Y yo me lo perdí...!!
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¡¡¡IMPRESIONANTE!!!
Ataviado para la ocasión: mallas largas, gorro (que llevaba en el bolsillo), guantes y una buena dosis de moral me he dirigido al centro de nuestras dichas diarias, El Retiro.
Magnífica visión la del verde, asfalto y arena transformados en blanco por dondequiera que mirara, únicamente estropeado por la ingente cantidad de paseantes, cámara en mano inmortalizando postales, que afeaban el bonito paisaje digno de un cuento navideño. Correr suave afianzado paso a paso por la seguridad de no patinar y corriendo por la zona "sucia" de nieve y el melodioso, gratificante e innovador sonido del crujir de la misma a cada paso. La única parte sin nieve era la cuesta desde el Ángel Caído hasta la salida de la puerta que da a la calle Claudio Moyano; lo demás estaba totalmente asfaltado de nieve.
Nadie corriendo excepto el que firma este documento histórico... quizás De Grado, que abrigado como nunca antes se vio, da un par de brincos para, sin saludar, como es habitual, sale de mi retina momentos después.
Abstraído en mis pensamientos, buscando una zona limpia para mis series rápidas, mis ojos parapadean una, dos y hasta tres veces para dar seguridad y veracidad de lo que son testigos en un día como hoy: ocho, no, diez, tal vez doce individuos se acercan hacia mí en la cuesta del lago. Mi sorpresa no es porque no sea el único objeto de miradas furtivas pensando que estoy loco por correr sobre la nieve, sino porque todos y cada uno de ellos iban sin camiseta, con el torso al aire.
Evidentemente, lo primero que pensé es en una cámara oculta o en un entrenamiento de un grupo de boinas verdes de cualquiera de los ejércitos pero ¡ah!, sorpresa, a medida que el zoom de mis ojos enfoca al 100%, y llegando a la altura de los "despechados", empiezo a reconocer caras habituales: Beni, Pedro, Tomás y así, hasta formar el grupo, varios de los habituales de "nuestro" parque que, sin compartir entrenamientos, formaban como uno solo el grupo de los "colgaos del Retiro".
Y nada de: -¡hola! sino, -¡vamos Jorge, únete! Sobra decir que me ha faltado tiempo para quitarme cortavientos y camiseta técnica y lucir los cada vez más escasos músculos que desadornan mi cuerpo y acompañar durante varios kilómetros a los sonrientes despelotados. La gente nos ha dicho de todo, desde que nos íbamos a morir de frío, locos, colgados, así se hace, eso es...con dos cojones, qué frío, qué narices, cuerpos, etc...y nosotros orgullosos de nuestro descerebro contentos de ser el blanco de todas las miradas de los cientos de viandantes que asolaban hoy tan magnífico óleo de contrastes, incluido el de la guerra de bolazos con diferentes grupos de colegiales que no entendían lo que veían. Ya se sabe que cuando un adolescente ve algo distinto, lo ataca. Así que nos hemos pertechado de gélida munición y hemos cobrado algunos inocentes blancos.
Con el paso de los kilómetros los valientes-locos nos hemos ido dispersando como con pena de abandonar el grueso del pelotón, dando por finiquitado cuando Pedro y yo hemos terminado en nuestro árbol.
Todos hemos coincidido en que, probablemente, ha sido el día más divertido de los últimos tiempos y no precisamete por méritos deportivos. Un pensamiento para los ausentes, aunque nos hemos acordado de vosostros convencidos de que hubieseis formado parte de tan singular grupo.
Ataviado para la ocasión: mallas largas, gorro (que llevaba en el bolsillo), guantes y una buena dosis de moral me he dirigido al centro de nuestras dichas diarias, El Retiro.
Magnífica visión la del verde, asfalto y arena transformados en blanco por dondequiera que mirara, únicamente estropeado por la ingente cantidad de paseantes, cámara en mano inmortalizando postales, que afeaban el bonito paisaje digno de un cuento navideño. Correr suave afianzado paso a paso por la seguridad de no patinar y corriendo por la zona "sucia" de nieve y el melodioso, gratificante e innovador sonido del crujir de la misma a cada paso. La única parte sin nieve era la cuesta desde el Ángel Caído hasta la salida de la puerta que da a la calle Claudio Moyano; lo demás estaba totalmente asfaltado de nieve.
Nadie corriendo excepto el que firma este documento histórico... quizás De Grado, que abrigado como nunca antes se vio, da un par de brincos para, sin saludar, como es habitual, sale de mi retina momentos después.
Abstraído en mis pensamientos, buscando una zona limpia para mis series rápidas, mis ojos parapadean una, dos y hasta tres veces para dar seguridad y veracidad de lo que son testigos en un día como hoy: ocho, no, diez, tal vez doce individuos se acercan hacia mí en la cuesta del lago. Mi sorpresa no es porque no sea el único objeto de miradas furtivas pensando que estoy loco por correr sobre la nieve, sino porque todos y cada uno de ellos iban sin camiseta, con el torso al aire.
Evidentemente, lo primero que pensé es en una cámara oculta o en un entrenamiento de un grupo de boinas verdes de cualquiera de los ejércitos pero ¡ah!, sorpresa, a medida que el zoom de mis ojos enfoca al 100%, y llegando a la altura de los "despechados", empiezo a reconocer caras habituales: Beni, Pedro, Tomás y así, hasta formar el grupo, varios de los habituales de "nuestro" parque que, sin compartir entrenamientos, formaban como uno solo el grupo de los "colgaos del Retiro".
Y nada de: -¡hola! sino, -¡vamos Jorge, únete! Sobra decir que me ha faltado tiempo para quitarme cortavientos y camiseta técnica y lucir los cada vez más escasos músculos que desadornan mi cuerpo y acompañar durante varios kilómetros a los sonrientes despelotados. La gente nos ha dicho de todo, desde que nos íbamos a morir de frío, locos, colgados, así se hace, eso es...con dos cojones, qué frío, qué narices, cuerpos, etc...y nosotros orgullosos de nuestro descerebro contentos de ser el blanco de todas las miradas de los cientos de viandantes que asolaban hoy tan magnífico óleo de contrastes, incluido el de la guerra de bolazos con diferentes grupos de colegiales que no entendían lo que veían. Ya se sabe que cuando un adolescente ve algo distinto, lo ataca. Así que nos hemos pertechado de gélida munición y hemos cobrado algunos inocentes blancos.
Con el paso de los kilómetros los valientes-locos nos hemos ido dispersando como con pena de abandonar el grueso del pelotón, dando por finiquitado cuando Pedro y yo hemos terminado en nuestro árbol.
Todos hemos coincidido en que, probablemente, ha sido el día más divertido de los últimos tiempos y no precisamete por méritos deportivos. Un pensamiento para los ausentes, aunque nos hemos acordado de vosostros convencidos de que hubieseis formado parte de tan singular grupo.
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