viernes, 23 de enero de 2009

Sartre, el corredor


Según escribía el título de esta entrada me acordaba de esa peli de culto, “Amanece que no es poco”, especialmente del examen que el profesor de la escuela del pueblo pone a los chiquillos: “Las ingles, su importancia geográfica”. Porque, ¿qué ingles tiene que ver Sartre con un corredor?

He buscado una foto de Jeanpaul para recordar su mirada estrábica, y lo imaginaba disfrazado de Groucho Marx en una carrera pisando a los de delante mientras saludaba al público a ambos lados, sin despeinarse.


Fuera de coñas, aunque este señor no sea la alegría de la huerta, para mí es uno de los mayores pensadores del siglo pasado, que describe perfectamente la angustia que provoca al ser humano el hecho de existir.

Y es que desde uno o dos días antes de la Gran Nevada hemos estado más de una semana encontrando un cartel diferente en las duchas de la Chopera, algo como “La temperatura del agua varía” “No hay agua caliente” “Volverá a lo largo de la mañana” “Se ha roto un motor de la bomba” “El agua está muy caliente” “El agua está templada”. Dicho sin ánimo de ofender al que los ha puesto, me agrada el deseo de informar pero me divierte la variación del contenido.

El tema no es baladí, porque los días bajo cero en superficie el agua del sótano de la Chopera no tendría muchos grados más. Y pasar de pisar nieve a soportar agua fría era para pensárselo: cada día, un dilema. Veías gente que leía el cartel y se marchaba. Otros dudaban, conferenciaban, protestaban por las instalaciones o por su propia debilidad, o bromeaban. Esos días la secta de Los Habituales estábamos prácticamente solos.

Y aquí es donde yo me acordaba del filósofo de los ojos saltones: decidir produce angustia. ¿Correr o no correr? Dat is de cuestion. Y la solución, no pensar, ¿por qué sufrir anticipando el esfuerzo y las molestias que seguramente pasarás corriendo?. Se corre y punto. Uno se pone las zapatillas y sale a la calle, da lo mismo que llueva, nieve, o luego no haya agua a la temperatura perfecta. No tiene que apetecer, se va. No ha habido ni un único día que me haya arrepentido de hacerlo, que no haya habido un detalle agradable, una sensación, una imagen, una conversación...

Pero ya me habría gustado ver al Sartre en pelotas en la ducha, intentando aguantar más de unos segundos seguidos para aclararse el jabón. Si echó napias para despreciar un Nóbel, a lo mejor no rechazaba una ducha de agua fría, pero si Sartre hubiera sido corredor, ¿a qué las endorfinas habrían anulado los geniales tormentos del existencialismo?

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Corro luego existo
El correr y la nada
El correr justifica los medios

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