Se acabó lo que se daba. Cuando este mediodía paseé hacia el parque de Madrid, era especialmente consciente de que era la última vez que hacía este recorrido. La rutina se convertía hoy era un tesoro especial a conservar en la memoria: atravesar la calle de Alcalá, vistazo a la derecha hacia Cibeles y hacia la izquierda la Puerta con los turistas de todos los días haciéndose las mismas fotos con las mismas poses; apretar el paso para cruzar Alfonso XII antes de que se cierre el semáforo; el largo de la verja hasta la entrada frente al Casón; los caminos de tierra que todos los días me manchan los zapatos y el bajo del traje…
El vestuario, afortunadamente semivacío porque el calor se llevó futboleros y padeleros, y nuestra ala hoy, for runners only. Salida al circuito de 5 kilómetros, para ir recibiendo los pésames de los que saben que te vas, no faltos de razón. Mi ánimo se va oscureciendo un poco, pero ¡cómo no! es jueves y de despedida toca calidad, así que negociamos 6 series de mil con un descanso de 1’30 (creo que me dejan elegir, la última comida del condenado), y nos vamos para el inicio del kilómetro marcado en el suelo del Angel Caído.
No va a ser un día de buenas sensaciones. Todo se subvierte hoy, la rutina se convierte en novedad, lo cotidiano en especial, el presente en pasado. Empiezan las series, mal ejecutadas porque si bien la media no ha sido muy mala (3’53), prácticamente las mejores han sido las primeras, cuando debe ser al contrario. Me desanimo, no veo la utilidad del sufrimiento en el día de hoy, y quedo retrasado en todos los kilómetros. En algún momento, a punto de abandonar.
Malos augurios verían los clásicos, cuando en una de las series, a más de 15 km/h, una paloma echa a volar desde la siniestra y golpea con fuerza sorprendente contra mi pecho, la muy idiota. Espero que no tenga la gripe aviar, al menos rebota hacia donde vino para neutralizar el mal fario. Y en esta tesitura, peores vaticinios ven los modernos, a la altura del kilómetro de regreso, dos jovenzuelos esnifan pegamento con una bolsa de basura.
Mi ánimo se torna lúgubre cuando adelanto a otro chico con una camiseta de Slipknot (a estos no les va a desfigurar mucho la muerte) que pone “All Hope is Gone”. En este desfile de despropósitos, una culturista con unos brazos y un torso descomunalmente insólito se cruza varias veces en nuestro camino. ¿Qué más puede pasar…? Esto parece una peli de David Lynch, solo falta el enano bailando al son del jazz.
De camino al vestuario, insisto en terminar el kilómetro 10 y me aparto del grupo. Cruzo algún “hasta luego” más, porque no quiero despedirme de nadie, y me dispongo a disfrutar en soledad de mis últimos mil metros “de cuando entrenaba en el Retiro”, a despedirme del parque, a reflexionar en que una parte de mí se queda allí a cambio de otras que me llevo. Oh, vaya, de postre un tipo sentado en un banco con la tez muy pálida irrumpe en mi momento de intimidad con una asquerosa mirada y una medio sonrisa que termina de ponerme de mala ostia. No comment.
Pero me encuentro con los compañeros y ya me olvido. Estiramientos, unas abdominales y a las duchas. Después de unos breves hasta-prontos sinceros, porque si son largos no son hasta-prontos sino hasta-nuncas, y ya solo de vuelta al curro, medito sobre lo que los malos escritores repiten “el inexorable paso del tiempo” y yo “que tarde o temprano estiras la pata y te meten en una cajita”. Siento que una puerta se ha cerrado detrás de mí, uno se da cuenta que estos años no volverán y que de repente se han convertido en recuerdos. Ahora, a abrir otra puerta, aunque sea a dentelladas. Como decía la exorcista con apariencia de abuelita de Poltergeist: Ven Ha-Cia La Luuuuuuz!!!!!!
animo compañero , recuerda todo lo bueno que has pasado allí y utiliza todo lo que te han enseñado , cuando lleves unos días d erutina en el Juan Carlos poco a poco te irás sintiendo bien.
ResponderEliminaraaale
Burgo de Osma , allá voy.
Fernando, te vamos a echar de menos.
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